No se decir si estoy muerto.
Puedo pensar y percibir; siento el tacto del vacío rodeando
mi cuerpo amorfo, rozándolo suavemente.
Puedo intuir también porque motivo estoy aquí.
No puedo comprender el espacio en el cual me encuentro. Todo
es oscuro y nada tiene una forma ordinaria.
Además, en el poco tiempo que llevo aquí, he perdido el
gusto por los sentimientos.
He llegado a ser un ente definitivo, con un poder de
persuasión enorme; inalcanzable para cualquier mortal.
He crecido y vivido por y para las historias, las leyendas,
las epopeyas, las fábulas, los mitos, la gloria y la muerte.
He escrito y escuchado miles de cuentos y partituras; las he
memorizado hasta la extenuación. He viajado por todo el Mundo, recitando y
aprendiendo.
Empecé a comprender el significado de la música demasiado
temprano.
Algunos humanos del este me han conocido como el
cuentacuentos. Otros me apodaban “El Oscuro” por mis rasgos faciales. En el sur
he sido bautizado como Ainulindalë, que en élfico significa “la gran canción”.
No obstante, siempre que los humanos me veían venir,
equipado con una sola flauta de madera vieja, me llamaban “El bardo”.
He revivido batallas enterradas. He contado verdades borrosas.
He comprendido el éxtasis de las victorias y la aflicción de las derrotas.
Soy el Señor de la Música.
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