8 dic 2010

Corazón de Hielo (2)

Sé que me he retrasado en la publicación de la segunda parte de esta leyenda, pero su longitud me obligó en su día a recopilarla en dos papiros diferentes y como suele ocurrir con estas cosas, se pierden si no se tiene un control.
Mi extensa biblioteca y mi falta de tiempo, así como otras Leyendas que han llegado a mis oídos, han retrasado la publicación de el desenlace de El Corazón de Hielo.
Estoy seguro que a nadie le dejará indiferente...



Por primera vez en su vida, sentía. Se sentía pletórico. Había descubierto algo que se le había negado por nacimiento y que el resto de la gente podía experimentar.

A pesar de ello, el doctor le había recomendado que tuviese más cuidado que nunca en las cosas de su vida diaria, pues su corazón necesitaba unas semanas para recuperarse.

Pero Everest no aguantaba más.

Salía todos los días a pasear por el mismo parque, dejándose caer por el mismo parque y observando furtivo la orilla en la que había visto a aquella joven.

Le asaltaban continuamente visiones de aquellos ojos de color incierto pero de brillo celestial, que a él se le antojaban irreales.

La primavera ya estaba en su apogeo cuando Everest se empezó a dar por vencido. No había manera de encontrar a aquella joven. Nadie la conocía por su mera descripción física

Sus amigos le animaban a seguir intentándolo con otras mujeres. Si una ya le hizo sentir algo, quién sabe si alguna otra también.

Sus padres le insistían en que abandonase la búsqueda. Si le había hecho daño sólo el mirarla, a saber qué podía pasarle si se acercaban más. Además, el verano se aproximaba cada vez más deprisa y no debía dejar que el calor le afectase a su débil corazón.

Everest se sentía confundido y deprimido.

Parecía que nada ni nadie estaba por la labor de ayudarle, hasta que regresó a hablar con el doctor.

-Dices que ninguna otra mujer te hace sentir ni una pizca de lo que sentiste con aquella chica de la orilla del lago. ¿Es así?

-Exacto. Estoy seguro que es por algo especial. Y no me venga con historias de mi corazón… me refiero a algo de “ella”.

El doctor se frotó la frente mientras intentaba discurrir.

-Veamos… creo que ya lo tengo. Dices que tiene que ser algo de “ella”… bien, pues yo creo que es algo que tenéis ambos. Es posible… remotamente, ojo, pero podría ser que ella también tuviese algún tipo de defecto interno que al reaccionar con el tuyo, te llevó a tener ese shock.

-Doctor, por favor, explíquese. ¿Qué quiere decir exactamente?

-Que ella tiene un corazón como el tuyo.


*_*_*




Everest corría por todas partes.

Paraba a la gente, preguntaba, incluso puso un par de anuncios en el periódico con la descripción de la chica pero… nada.

Nadie la conocía. Ni había visto a una chica así.

Muchísimo menos conocían a una chica con un corazón vulnerable o diferente.

Por otra parte, la salud de Everest cada día iba a peor.

Sus amigos y familiares se lo hacían notar: que estaba más pálido, más delgado, que necesitaba descanso y que con el calor que estaba haciendo, bien le valdría marcharse a la casa en la montaña a pasar el verano.


Él también lo podía sentir, pero no decía nada. Su única obsesión era encontrar a la chica misteriosa por la que había perdido la cabeza y parte de su salud. La única que había conseguido agrietar su corazón.


Ya era Junio. Everest nunca había visto la ciudad, las calles, en verano. Era todo muy diferente. La gente parecía más amigable, más feliz. Todo relucía bajo la calidez del sol.

Calidez…

Esa sensación le provocaba pequeñas punzadas en su corazón escarchado. Entre cada latido, notaba cómo su fina capa de escarcha se hacía cada vez más frágil.

Como un último esfuerzo, Everest quiso asegurarse de que ya no la iba a encontrar y pensó que el último mejor lugar para mirar otra vez era el parque donde pasó todo.

Así, a duras penas, el joven se encaminó al parque en cuestión. En algunos momentos se imaginó a sí mismo como un viejito que necesitaba cachaba para caminar y que iba al parque a dar de comer a los patos y otras aves como única compañía.

Con el corazón palpitando acelerado por la emoción de volver a encontrársela, fue hacia la orilla del lago en donde se produjo el incidente semanas atrás.

En el fondo, no le produjo mayor sorpresa. Ni su corazón sufrió nada por el estilo.

La chica no se encontraba en la orilla.

¡Ya se lo decían sus padres! ¡Ya se lo decían todos!: Eso era como perseguir una quimera. Un imposible. Probablemente aquel encuentro ni tan siquiera se hubiese producido nunca.

Everest se quedó estático, contemplando aquel trozo de orilla entre los árboles y la luz del sol, como intentando evocar de nuevo la mágica visión de aquella joven que le hizo desfallecer.

Estaba claro. No la iba a encontrar.

Suspiró largamente. Dejando escapar en su aliento las últimas esperanzas de encontrar aquello que tanto temía y ansiaba a la vez.

Se dio media vuelta, pensando en marchar para la casa en la montaña cuando, de repente, chocó de bruces con alguien.

Ese alguien debía de andar también despistado, porque cayó al suelo con un leve quejido.

No había sido nada, solo un despiste por ambos. Desde luego, todo aquel incidente le había hecho perder facultades, tenía que reposar y descansar cuanto antes.

Se arrodilló para ayudar a la persona con la que había chocado. Era una joven. Se disculpó, intentó ser amable, pero ella permanecía callada.
Bueno, no había sido descortés, todo el mundo puede ir despistado alguna vez por un parque.

Se fue a despedir de la joven, cuando ésta, le dijo:

-Eres tú…

Entonces Everest tragó saliva. Levantó levemente la vista y la posó con cuidado, temeroso, en los ojos de la chica que acababa de empujar y ayudar a levantarse.

Era ella.

La chica misteriosa.

Inmediatamente, su corazón volvió a quejarse y acto seguido, apartó la vista.

-No por favor, no vuelvas a desvanecerte aquí – le dijo la joven. – Aquella otra vez… me asustaste mucho. Casi me da un vuelco al corazón.

“Pues anda que a mí…” – pensó Everest.

-Oye… me gustaría saber cómo te llamas.

Everest respiró hondo, y aún agachando la cabeza, dijo:

-Everest… ¿y tú?

La chica soltó una leve risita.

-Mi nombre es un poco extraño. Aunque el tuyo también lo es. Pero no te lo diré si no me miras a los ojos.
Everest hizo un pequeño esfuerzo primero, sobrehumano después, para clavar la mirada en los profundos ojos azabache de la chica.

Curiosamente, se olvidó de todos sus problemas. Del calor, del dolor de corazón, del cansancio… de todo. Sólo había sitio en su mente para aquellos ojos. Entonces, ella habló.

-¿Lo ves? No cuesta tanto. Como te había prometido, te lo diré: mi nombre es Telyotil. Es maya, y significa Corazón de Fuego.

Aquello sacó a Everest de su embelesamiento.

-C… ¿cómo…dices?

-Ya te dije que era raro. Telyotil. No te preocupes, todo el mundo piensa igual. Prefiero en todo caso que me llamen Telyo.

Everest sudaba. El médico tenía razón. ¿Sería posible? ¿Habría algo de coincidencia en el nombre de Telyotil? Corazón de fuego había dicho…

Mejor era esperar. Había costado mucho esfuerzo encontrarla para terminar con todo con una pregunta como: “Oye ¿tú tienes un corazón amorfo? Yo también”.

No… debía esperar.

Y menos mal que lo hizo así.

Telyo y Everest quedaban todos los días desde entonces.

Él le invitaba a algunos lugares que le gustaban. Ella hacía exactamente lo mismo.

Ella no contaba mucho de su vida, pero Everest tampoco lo hacía.

Ambos consideraban que a una persona se la conoce por cómo es en realidad, no por lo que hace ni lo que deja de hacer.

Sin embargo, poco a poco, ambos se dieron cuenta de que sus gustos y ambiciones eran totalmente diferentes el uno del otro.

Era curioso.

Él vivía en la montaña durante el verano. Le gustaban el frío y los helados.

Ella tenía una casa junto a una playa y adoraba el sol y el café bien caliente.

Pero no sentían en ningún momento que aquello pudiese entorpecer el profundizar más en su relación.

Se gustaban. Eso estaba claro. Pero a pesar de todo… ¿qué iba mal en todo aquello? No estaban del todo felices el uno con el otro. ¿Qué era lo que les impedía romper esa barrera invisible que les mantenía cerca pero no dejaba de separarles?

Fue Telyo la que dio el primer paso.

-Everest… hay algo que nunca me has contado. ¿Por qué te llamas así?

Everest esbozó una leve sonrisa.

-Es una historia muy aburrida. A mi padre siempre le ha gustado escalar. Fue un gran montañero y claramente, para su primogénito, quiso el nombre de la montaña más alta y grande del mundo.

-Y la más fría. La que se podría decir que es… hielo en su totalidad.

Everest fingió no saber a qué se refería Telyo con eso.

-¿De qué hablas?

-Mira… Everest, no se te da bien mentir. No lo has hecho nunca está claro. Confiésalo y yo… te confesaré otra cosa que llevo tiempo queriendo decirte.

Estaba en un callejón sin salida. Resoplando, se resignó y contó la historia de su nacimiento, de su corazón, de los cuidados especiales, de su incapacidad para sentir… hasta que llegó ella.

Cuando hubo terminado, miró a Telyo.

Ella permanecía callada. Sonriendo.

-Mi nombre no es casual. Me lo pusieron cuando descubrieron que mi corazón es como un copo de llamas. Es difícil de creer también. Pero mi corazón es un ascua ardiente. Por eso, aunque soporto bien el frío, no puedo vivir mucho tiempo en un ambiente frío o mi corazón se sobrecargaría. 

Por fin quedaba claro, lo que ambos habían estado esperando tanto tiempo.

Fue un momento especial. El ambiente se clareó. Como si un velo de calma se posase sobre ellos.

Cuando sus labios se rozaron, en ambos ocurrió un efecto increíble.

El corazón de él empezó a arder y el de ella a helarse.

El velo se rompió. La calma se desvaneció. Todo al traste.

Sus cabezas daban vueltas. La visión del mundo se desvanecía. Sin poder sujetarse, tras separarse sus rostros, todo lo que vieron fue oscuridad.


*_*_*

Everest abrió los ojos. Veía luz. Apenas notaba nada de su cuerpo.

Parpadeó y enfocó lo que parecía ser el techo de algo que ya le sonaba.
Déja ? No, no era así del todo.

Era la sala de un hospital. De nuevo había pasado pero, a su lado, yacía Telyotil en otra camilla.

Resopló. No podía creerlo. ¿Iban a ser incapaces de estar juntos? ¿Era un amor imposible?

Entonces, Telyotil despertó.

-Everest… - dijo con un hilo de voz.- ¿Qué ha pasado?

-Lo más lógico. Nuestros corazones reaccionaron de forma contraria. Somos totalmente opuestos.

-Eso me da igual. Yo… yo te quiero, Everest. ¿Es que estamos obligados a vivir así siempre? ¿Sin amar a nadie más y que la persona que más amamos nos pueda matar?

-Es totalmente injusto. Y por eso desearía arrancarme el corazón del pecho si con eso consigo estar a tu lado…

Pero ambos sabían que aquello era imposible. No podían vivir juntos. Sus vidas estaban condenadas a estar separadas de por vida.

Ambos pensaron eso.

Y a ambos se les ocurrió la misma idea imposible y surgida del amor desesperado que ambos sentían.

Se miraron una vez más. Sus corazones ya no aguantarían más. Se levantaron como pudieron de sus camillas y se aproximaron. Poco a poco. Cada vez más. La idea había cuajado en ambos al mismo tiempo. Eso sólo podía significar que en el fondo, estaban vinculados, por muy diferentes que fueran.
Lucharon contra el dolor que se acumulaba en sus pechos.

Juntaron sus labios. Sus cuerpos. Su alma entera. Ya todo daba igual. Todo les era indiferente. Sólo estaban ellos. El dolor dio paso a una sensación profunda de ingravidez.

Él sintió un ardiente fuego primero y luego, un calor acogedor.

Ella, un frío polar intenso y después, una brisa refrescante.

El Hielo, se convirtió en agua. El Fuego, lo transformó en vapor y en ese vapor, ambos elementos estaban juntos, en una simbiosis perfecta, en su ascenso al cielo.



Everest y Telyotil no podían amar en vida.

Pero eso no les impidó que pudiesen amarse en la muerte.