6 mar 2011

El Secreto del Pez linterna (2)

Artwork by: A.F.



Phil estaba convencido de que el secuestro de su amigo Bert como el de otras tantas personas hacía varios años en Puerto Abril se debía a oscuros rituales de magia negra y por eso aprendió todo lo que pudo del vudú y sus misterios.
El Capitán Shark y su cómplice Anne Lynch estaban dispuestos a ayudarle a desentrañar el misterio y a obtener venganza a cambio de una cuantiosa recompensa basada en…

-¿¡NADA?! – exclamó Shark con la mirada inyectada en sangre. - ¿Cómo que nada de recompensa? ¡Tu carta prometía una gran suma por este trabajo!

Phil apuró su jarra de grog y se limpió los morros con la manga de su ajada túnica.

-No, no… Capitán, debería aprender a leer mejor. – En un intento de ser educado se tapó la boca pero eso no evitó que proyectase un sonoro eructo-
 Yo sólo prometí una gran recompensa pero no especifiqué cual. Soy un brujo vudú y mi capital es prácticamente nulo. Vivo en un pantano y me visto con harapos… ¿en serio esperaba un cofre lleno de ducados?

El enano narigudo sonrió maliciosamente. Pero Shark permanecía impasible y esperaba una respuesta más concreta.
Phil se aclaró la garganta.

-¡Ejem! Bueno… mi recompensa se basará en el beneplácito de los espíritus hacia usted y su tripulación. -hizo una breve pausa- Siempre y cuando yo obtenga mi venganza.

El Capitán se rascó la perilla. No le entusiasmaba la idea de entrar en líos con el más allá pero había oído en muchas historias a lo largo y ancho del mar que contar con la bendición de los espíritus del vudú era una inversión a largo plazo. Mucho mejor que, desde luego, acarrear una maldición. De todas formas, a su tripulación no le haría mucha gracia aquello. Cualquier cosa que no se pudiese comer, beber o gastar en otras cosas para lo anterior no merecía la pena. Ya se inventaría algo.

Phil miraba a Shark esperando algún tipo de respuesta.

El pirata arrugó el gesto.

-Antes tienes que explicarme cómo piensas vengarte. No nos has explicado ni qué tenemos que hacer ni nada.

Phil asintió. Miró a su alrededor.
Estaban en la Gaviota Plateada y al brujo no le hacía ninguna gracia hablar de sus temas de vudú en un lugar tan abarrotado de gente.

-¿Tienes cerca el barco? – le susurró al oído.

Shark gruñó. Ese enano iba con demasiadas confianzas. Pero era el único modo de empezar con la acción.


­*-*-*

A regañadientes, Shark condujo al brujo hasta el “Big White”. Como suponía, algunos miembros de la tripulación ya se encontraban por allí rondando. Ann debía de haberles mandado ir en cuanto volvieron del pantano.

El capitán hizo un rápido recuento de los allí presentes: Grubbs, Jacob, Murray, Soorman y  Calvert. Bien, sólo faltaban tres.

Saludó brevemente a cada uno de ellos, pero en cuanto le preguntaban por el pequeño Phil, les disuadía con que hasta que no estuvieran todos, no les diría nada. Mientras tanto, podían preparar las provisiones y poner el barco a punto.

Cuando llegaron al camarote, Shark cerró la puerta tras de sí y resopló. Seguía pareciéndole mala idea el hecho de que ese pequeño brujo vudú no les fuera a ofrecer algo más… tangible.

-Le encuentro abatido, capitán. – Dijo Phil- ¿Quizá no le parezca bien mi oferta al resto de su tripulación?

Shark se sentó en su silla forrada de terciopelo, obtenida en un trato justo, por supuesto, y prendió un poco de tabaco en su pipa artesanal.
Tras un par de caladas en las que ambos se mantuvieron en silencio, se decidió a hablar antes de que Phil abriese la boca.

-A mi me da igual, entiéndelo. Pero mi tripulación debe obtener un beneficio claro por esto. Siempre ha sido así. Y si encima les digo que el asunto está envuelto en misterios de vudú, peor todavía. – Volvió a aspirar un par de caladas- Así que, rápido. Dime qué tenemos que hacer exactamente.

Phil sonrió.

-Entiendo. Sólo queréis el beneficio material. Aquel que podéis tocar y sentir entre vuestros dedos. –Suspiró- Mis profundas investigaciones en el mundo de los espíritus me han revelado que en algún lugar del Océano, se esconde un temible ser que se alimenta de almas.

Shark arqueó las cejas. Phil prosiguió.

-De alguna manera, ese ser es el guardián de, (adivina) un flamante tesoro. –El capitán escuchaba ahora más interesado que antes.- No tengo ni idea de qué tipo de tesoro estamos hablando, pero es el reclamo que ha usado para atraer almas codiciosas hacia él y alimentarse con ellas.

-¿Crees que fue ese monstruo el que se llevó a tu amigo y a toda esa gente?

Phil negó con la cabeza.

-¡No, no! Al menos, no directamente. Esta criatura se alimenta de almas PERO, ¿qué hace con los cuerpos de sus víctimas? Pues algo peor todavía, algo que aún no me explico cómo, pero que está muy ligado al mundo de las sombras, donde no es seguro adentrarse…

-¿De qué hablas?

-Esta criatura usa los cuerpos sin vida para crear… súbditos. Con ellos es con los que actúa más allá de su isla. Éstos son los que entonces le llevan la “comida” a su amo, haciendo lo mismo que él, usando el reclamo de un gran tesoro y envueltos en magia negra. Muy peligrosos. Como ya os conté, su forma de actuar es exactamente igual a la de los peces abisales. En ambos casos, uno con un tesoro, los otros con una luz brillante.

Antes de que Shark pudiese preguntar nada, Phil hizo gestos de que le dejase continuar.

-Esto último me llevó a caer en la conclusión de que este monstruo usa súbditos porque no puede salir de su isla. Es más, creo que está allí encerrado por culpa del mismo tesoro que él protege. Mi plan es el siguiente: vamos hasta la isla y robamos el tesoro, acabando con la criatura y sus seres desalmados con lo que yo obtendría mi venganza y vosotros un suculento botín.

Shark había empezado a fumar aceleradamente y no se había dado cuenta de que ya no le quedaba tabaco en su pipa, por lo que comenzó a toser violentamente.

-Espera un segundo, mequetrefe. – se puso en pie – Hasta ahora me enfrentado a todo tipo de calamidades en los siete mares, pero ni yo, ni mi tripulación ni nadie en su sano juicio arriesgaría el pellejo y alma para ir a por un tesoro que nadie conoce y que seguramente le cueste la vida… ¡y a saber si esa maldición también cae sobre nosotros! – se frotó los ojos y respiró hondo – Escucha, Phil, siempre me han gustado las historias de magia y brujería, pero eso que cuentas… no, no lleva a ninguna parte, más que a una muerte segura.  Lo siento, pero no hay trato. No sólo hablo por mí. Conozco a mi tripulación y no aceptarían un encargo tan nefasto como ese que cuentas.

El brujo se rascó su prominente nariz mirando fijamente a Shark a los ojos.

-El pez abisal es una amenaza para todo el mar. Si tú no quieres evitar que su maléfico reclamo llegue hasta ti, alguien tendrá que ir hacia él y darle caza. Tarde o temprano, alguien debe detenerlo, o los mares, ¡no! ¡El mundo entero estará condenado!

Dicho esto, el pequeño brujo se marchó enfadado y gruñendo del “Big White”  ante la atenta mirada de los piratas.

El capitán Shark frunció el ceño.

<< ¿Qué dirá Ann de todo esto? >>

Y se volvió a encender otro puñado de tabaco mientras se encerraba en su camarote, ante la desconcertada mirada de sus camaradas piratas.



*-*-*

-¡¿Se puede saber qué has hecho?!- preguntó Ann muy irritada.

-Le he mandado a paseo. Eso es lo que he hecho.- contestó Shark, por el contrario, muy tranquilo.

Ann se había enterado muy rápido de que Phil había sido despachado por Shark y eso sólo podía significar que había rechazado la oferta.

-Alfred, sólo tenías que escuchar su propuesta y sonsacarle información, aparte de conocer qué recompensa ofrecía por ello.

Shark sonrió y se encogió de hombros.

-A eso quería llegar. No nos ofrecía nada.

Ann arqueó una ceja.

-¿Nada? ¿Cómo es eso de NADA?

-Qué coincidencia, eso mismo le pregunté yo. Fue andando por las ramas: que si primero una bendición de los espíritus, que si un monstruo que se alimentaba de almas, que si un tesoro protegido y a la vez maldito… - el capitán apoyó una mano tranquilizadora en el hombro de la joven – Ann, créeme. Ese hombre está mal de la cabeza.

Ann agachó la mirada desconsolada. Todo había sonado tan bien y tan llamativo…
No habría manera de hacerle cambiar de idea. Alfred siempre era así de testarudo, pensando por los demás incluso sin pedir la opinión, aunque claro, era el capitán y era un hombre indomable.
Ella quería ver el lado positivo.

-La tripulación ya está reunida en el puerto. – Añadió de pronto – Podríamos partir a cualquier sitio ya que estamos.

Shark sonrió complacido.

-Saldremos esta noche. Si puedes, consigue algo de información mientras tanto sobre algún barco que tenga previsto llegar aquí en poco tiempo. Les haremos pasar la “aduana”. – le guiñó un ojo y Ann le respondió con otro guiño, cargado de picardía.

-Ese es el capitán que a mi me gusta.


Pero Shark no estaba tranquilo. Se preguntaba qué habría de verdad en la historia de Phil y si, como brujo vudú, tomaría represalias contra él por no querer ayudarle.
Sinceramente, lo dudaba, aquel ser tan pequeñajo y medio loco no le daba ningún miedo.

Desde su camarote, oyó como Ann les contaba a la tripulación el plan. A medianoche, todos de nuevo en cubierta, con la mayor discreción posible. Dejando todo preparado y listo para zarpar lo más rápido posible.

Aquello fue bien recibido. Sus hombres querían acción de verdad, embarcarse para vivir y experimentar la vida para la que estaban hechos, no para dirigirse a las fauces de la sombra y la muerte.

Sabiendo esto, Shark se recostó en su sillón y se fue quedando plácidamente dormido.


*-*-*


Un ligero alboroto despertó al capitán de su letargo. Estaba todo muy oscuro. ¿Sería ya medianoche?

Se desperezó, se colocó su gorro y el cinturón del que pendía el sable y salió a cubierta.

El barco, sin rastro de vida por ningún lado, le dejó pensando unos segundos, pues creía que el jaleo que había oído apenas segundos antes se lo había imaginado o soñado.

Tras echar un vistazo alrededor, vio que el ruido de voces y gente provenía del muelle.

<< ¿Qué habrá pasado ahí? >>

Se encaminó hacia donde veía a una multitud congregada y alterada en frente del embarcadero nº 13. Pudo reconocer, según se acercaba, a algunos miembros de su tripulación.
El gentío formaba un círculo en torno a un par de soldados de la Guardia del Puerto que portaban un par de antorchas humeantes. Intentaban disolver el apelotonamiento, pero la curiosidad podía con todos.

Shark se acercó a Soorman, uno de sus compinches.

-Pero… ¿qué ha pasado aquí? ¿Han matado a alguien?
Soorman, al igual que otros piratas del “Big White”, se giraron hacia Shark. En sus rostros vio un halo de terror y miedo como nunca se habría imaginado ver en sus rudos compañeros.

Sin dejarle mediar palabra, Murray, el que solía hacer de vigía en el palo mayor, se adelantó hacia Shark.

-Capitán… -dijo con un hilo de voz- Tenemos que comunicarle una terrible pérdida.

Murray tendió entonces un bulto que sujetaba entre sus manos.

Era el sombrero de bucanero de Ann.

-Ha sido la Sombra de la Luz de nuevo. – Explicó Soorman- Un pescador que regresaba hace un rato de faenar en la cala lo vio con sus propios ojos. Se han llevado a Ann… capitán.

Shark no podía creerlo. Sujetaba el sombrero de su socia y contramaestre totalmente paralizado, sin saber qué decir ni qué pensar.

Pero un sentimiento profundo surgió instantáneamente de su interior.

Cerró con fuerza los puños, frunció el ceño marcando las venas de su frente y gruñó algo que sus camaradas no lograron entender muy bien, exceptuando algunas palabras sí que entendieron, como “enano”, “maldito” y “vudú”.



*-*-*


El enorme puño del capitán cayó con fuerza sobre el destartalado mueble en el que Phil, el brujo vudú, posaba un gran muestrario de productos para hacer maleficios y protegerse de otros tantos.

-¡Se la han llevado! – gritó Shark con los ojos inyectados en sangre - ¡Se han llevado a Ann!

El pequeño brujo miró al pirata sin entender.

-Ehm… bueno eso podría tener algún interés para mí, pero aparte de rechazar mi petición de ayuda, acabas de aplastar un par de corazones de rana que tenía reservados para un cliente. – respondió tranquilamente mientras se metía un dedo en su enorme nariz.

El enfurecido pirata respiró hondo un par de veces y decidió calmarse, al menos, temporalmente.
Shark estaba convencido de que aquel enano podría saber algo al respecto. Tenía que ser lo mismo de lo que él hablaba, de los “súbditos” que el monstruo aquel usaba para capturar almas… pero… ¿por qué Ann? Demonios, ¿por qué ella?

Cuando Phil terminó de hurgarse la nariz, se dispuso a escuchar.

-Entonces… han venido y se han llevado a la joven… ¿es así?

Shark asintió, todavía con algo de furia guardada en su interior.

-Estoy dispuesto a llevarte en mi barco a esa maldita isla.

-¿Aunque la recompensa sea algo más que dudoso?

-Suficiente recompensa será recuperar a mi camarada.

Phil dejó ver de nuevo aquella sonrisa desdentada y maliciosa que tan poca gracia le hacía a Shark.

-¿A qué estamos esperando, pues?



*-*-*


La tripulación del “Big White” seguía desconcertada y baja de ánimos por la desaparición de su querida Ann. Pero cuando Shark les dio su palabra de que irían a rescatarla, recuperaron parte de su antiguo buen humor.

Ahora se encontraban en alta mar, siguiendo las indicaciones del enano de nariz prominente y ropas ajadas que parecía un verdadero marino, pues conocía bien la jerga de un barco pirata como aquel, medidas y rumbos, indicaciones y precauciones.


-El mayor secreto de la isla del Pez Abisal no reside en ocultarse en un lugar lejano del Océano ni en protegerse por corrientes traicioneras y tormentas imprevistas. – Les explicaba Phil – Su secreto está en llamar la atención.


Aquello sonaba muy extraño, y a Shark más todavía.



El capitán no podía comprender cómo el brujo se mostraba tan receptivo después de todo. Además de que ninguno de los tripulantes del “Big White” conocía los detalles de lo que se iban a encontrar. De hecho, él tampoco, pero por lo menos se hacía una idea.

Llevaban ya dos días enteros navegando en dirección noreste constantemente. La mar se había mostrado en relativa calma durante aquel tiempo pero unas nubes grises amenazaban con una temprana tormenta.

Phil pidió a Shark una carta de navegación.

Tras observar los rumbos detenidamente, Phil señaló un punto concreto. En el mapa estaban marcadas unas islas conocidas como Islas de las Torres, por su peculiar forma de columnas de piedra solitarias que se alzaban desde lo que había sido un volcán submarino.

Ciertamente, esas islas llamaban la atención. Pero Shark conocía de sobra esas islas y no tenían nada de especial salvo su curiosa formación. Apenas existían playas donde amarrar, no había cuevas donde esconder nada y mucho menos se tenía constancia de que allí habitase un monstruo marino que devoraba almas humanas.

Aún así, decidió esperar pacientemente y ver qué decía Phil.


Anochecía al tercer día de navegación.

El vigía había avistado, con los últimos resquicios de sol, las elevadas formaciones rocosas de las Islas de las Torres, y ya se respiraba expectación e incertidumbre a bordo del “Big White” cuanto más se acercaban a ellas.

Shark se apartó un momento con Phil a su camarote.

-Muy bien. Dime ahora exactamente qué tenemos que hacer.

-Decidir, mi capitán. En cuanto quieras, yo comenzaré el ritual para que se nos permita entrar en la prisión del Pez Abisal. Una vez dentro, podrás elegir entre coger el tesoro que lo mantiene encerrado y liberar así las almas que han sido apresadas, o bien buscar a su compañera y traerla de vuelta al mundo de los vivos, pero dejando que el Pez Abisal siga vivo.

Shark se rascó la perilla.

-¿No hay opción que permita ambas cosas?

Por primera vez, Phil alargó el gesto, mostrando ¿tristeza?

-Me temo que no, mi capitán. – dijo, posando una mano sobre el hombro del capitán.

Shark pensó durante unos instantes. Ahí fallaba algo. Su olfato de marinero y pirata le decía que ahí olía a corsario podrido, pero su conciencia le susurraba que hiciera lo que el brujo decía.

-Adelante- dijo- Empieza el ritual.

Phil se frotó las manos y estiró los músculos.

En unos segundos, se convirtió en el centro de atención del barco.

El pequeño brujo inició una letanía en un extraño idioma de palabras ancestrales las cuales las acompañó con movimientos corporales de manera rítmica y continuada, cada vez más rápido e intensamente.

Los piratas creían que se había vuelto loco, pero sus burlas se acallaron en cuanto el canto constante del brujo se acompasó con fuertes soplidos de viento que hicieron zozobrar el barco, al tiempo que comenzaba a llover.

La tripulación pedía que se parase, que iba a iniciar una tormenta y acudían a su capitán. Pero Shark quería esperar a que todo terminase. ¿Qué iba a decirles? ¿Qué aquel canijo estaba abriendo una puerta a los infiernos? No podía hacerlo. Era mejor esperar.

Pero el viento, la lluvia y el mar se agitaban cada vez y el “Big White” se aproximaba peligrosamente hacia las elevadas rocas de las Islas de las Torres.

El pánico se apoderó del barco. Shark se mantenía impasible, Phil continuaba con sus movimientos cada vez más frenéticos y los piratas se agarraban al palo mayor con cuerdas de seguridad ante un inminente choque.

Las Islas se alzaban amenazadoras ante ellos. El mar rugía fuertemente. La tempestad crecía. Iban a encallar. Todo estaba perdido.

Shark reaccionó deprisa: se lanzó hacia el palo mayor y consiguió atarse la cuerda en la cintura a tiempo. Pudo ver como Phil detenía su baile y sus cantos mientras una enorme ola los lanzaba contra dos columnas de piedra. Todos cerraron los ojos. El silencio y la oscuridad se apoderaron del mundo.


*-*-*
El capitán abrió los ojos.

Se encontraba en el barco pero… no oía el mar. No escuchaba el rugir de las olas ni la lluvia. Sólo notaba una suave brisa.

Estaba oscuro, pero una extraña luz mortecina permitió ver que la tripulación aún permanecía agarrada al palo mayor con las cuerdas de seguridad. Todos temblaban y la mayoría aún permanecía con los ojos cerrados.

Un vistazo más amplio permitió ver que se encontraban en un lugar cerrado, una especie de cueva. ¿Cómo era eso posible?

Shark reparó en un detalle: las altas columnas que sujetaban el techo de aquella estancia se asemejaban mucho a las Islas de las Torres…

Todo cobraba sentido entonces. Phil les había traído al lugar en el que el Pez Abisal se encontraba encerrado.

Hablando de Phil, ¿dónde se encontraba éste ahora? No estaba en la cubierta, ni agarrado al palo mayor.

<< Por su bien que no nos haya abandonado aquí… >> - Pensó Shark.

Se desató e intentó que sus camaradas hicieran lo mismo.

-Vamos chicos. Ann debe estar por aquí en algún lado. Bajemos del barco.

Aún temerosos, los piratas siguieron a su capitán hacia donde provenía la extraña luz que iluminaba la enorme estancia. Algo le decía que era allí donde debía ir.

El lugar era inmenso y silencioso. Sólo se les oía sus respiraciones y sus pasos lentos y cuidadosos.

Ya estaban a la altura de la fuente de luz. Todos quedaron admirados ante lo que parecía ser una gran pared de cristal a ambos lados de un enorme corredor, tan alto como las columnas que llegaban al techo cavernoso del lugar.

Creyeron ver a través del cristal las profundidades del mar: peces, algas, rocas… pero esa extraña luz les mostró que lo que veían no era tal cosa.

Fue Shark el primero en darse cuenta, pues era el único que conocía el secreto de aquel lugar.

Todo aquello que flotaba en esa misteriosa luz cristalizada no eran peces ni algas… eran personas. Almas de personas.
Cientos, miles de almas permanecían allí quietas. No miraban, no respiraban, simplemente estaban allí, como expuestas en un macabro muestrario de coleccionismo.

El resto de piratas, una vez también se dieron cuenta, no pudieron continuar.

-Ca-cap-itán. Larguémonos de aquí. –rogó Murray- O acabaremos como todos esos. ¿Capitán?

El capitán Shark se detuvo y suspiró.

-Nuestra Ann está aquí. Tenemos que encontrarla antes de que acabe como toda esa gente, perdida para siempre tras un cristal. Si queréis huir ahora, adelante, pero nadie saldrá de este lugar hasta que no recuperemos a Ann.

Aunque reticentes, acabaron siguiéndole. No podían dejar solo a su capitán.

Continuaron por aquel largo corredor de las almas hasta que desembocaron en una sala tan grande como a la que habían llegado, pero en aquella podían sentir el rumor de un ligero oleaje al fondo, en la oscuridad.

Continuaron adentrándose en aquella nueva sala hasta que sus pies rozaron el agua.  En ese momento, en lo alto de la gruta se encendió una brillante luz.
Una figura espectral se alzaba desde lo alto de una torre de piedra algo más pequeña que las demás. La figura portaba un largo bastón de cuya punta provenía aquella refulgente luz.

El temor se fue apoderando de ellos. Era la Sombra que se había llevado a Ann y a toda esa gente anteriormente. Todos salvo Shark quisieron huir.

El capitán pirata se mantuvo firme y alzó la voz.

-¡Tú! ¡Maldita Sombra! ¡Devuélvenos a Ann! ¡Llévate a mí si lo prefieres, pero libera a la chica!

-No puedo hacer eso. – respondió la Sombra

Cuando habló, Shark puso los ojos como platos. El miedo también empezaba a hacer mella en él. Aquella voz le era familiar. No podía ser verdad. Debía de ser una broma. Aquella voz era la de…

-¡Phil!- dijo ahogando un grito de rabia y miedo. – ¡Tú eras la Sombra, maldita sea! ¡Tú eras el súbdito del Pez Abisal!

Una macabra risa hizo eco en las paredes de la gran gruta.

-¡En efecto, Shark! ¡Yo soy la Sombra! ¡Yo soy el fiel súbdito de mi Amo, el Señor de las Profundidades!

Shark cerró el puño con furia. Sus camaradas piratas se encontraban entonces totalmente paralizados por el miedo. Volvió la cabeza para verles y pedirles que se fueran. Entonces se dio cuenta de que todos miraban absortos la luz del bastón. Volvió a encararse con Phil.

-¿Qué demonios quieres, pequeño ser inmundo? ¿Por qué nos has traicionado?

De nuevo, la risa macabra rebotó en la estancia.

-¡Quiero la liberación de mi Amo! Al ver que por tu parte no iba a conseguir mi preciada venganza, decidí entrar en el mundo de los espíritus y buscar al Pez Abisal. Él sólo quiere un alma que no desee quitarle su tesoro. Un alma no materialista. Ése es el conjuro que lo mantiene aquí encerrado y hasta que no devore esa alma, seguirá alimentándose de almas inocentes para sobrevivir. Por eso se acabó utilizando Sombras, espíritus inmortales para servirle más allá de esta prisión.  La Sombra es su instrumento y YO me he convertido en su sombra. Para liberarle y ser recompensado con el poder del Señor de las Profundidades. YO me llevé a la chica pelirroja porque así sabía que tú vendrías.

Shark comprendió la traición del brujo, pero aún no entendía un detalle.

-Eso no tiene mucho sentido.

-¡Ja! ¡Todo tiene sentido! ¿Para qué contentarme con la venganza pudiendo liberar al mundo de la gula de este ser y obteniendo su ilimitado poder?

-No tiene sentido – repitió Shark- ¿Por qué atraer a gente hasta él con promesas de tesoros si lo que necesitaba era un alma que no desease el tesoro?

Phil rió levemente.

-Tu pequeña mente mortal no puede entenderlo pero, tras cientos de años aquí encerrado, mi Amo acabó por desistir, pues el mundo ya sólo desea cazar tesoros y conquistar riquezas. Nadie valora las almas. Sólo necesitaba alimentarse y esperar. Hoy, su espera y el sacrificio de miles de personas ha merecido la pena. – un profundo rugido agitó la superficie de las aguas de la caverna -  ¡Hoy, el Señor de las Profundidades será liberado para reposar por fin en el fondo del Océano! ¡Ven, gran Pez Abisal! ¡Señor de la Oscuridad del Mar! ¡Ha llegado tu liberación!

El agua comenzó a agitarse violentamente y la tripulación del “Big White”, saliendo del encantamiento del bastón luminoso, corrió despavorida.

Shark también corrió, pero aún no se iría sin salvar a Ann. Quedándose a una distancia prudente, pudo ver la monstruosidad que surgía de las aguas.

Un ser enorme, con dientes prominentes y afilados, una piel escamosa y oscura, semejante una roca gigante con largas púas puntiagudas por todos sus pliegues. De su cabeza colgaba una esfera. Pequeña, pero brillante como el sol.
Shark se tapó la vista para no quedar cegado por aquel fulgor. Esa esfera debía ser el tesoro que lo mantenía ahí atrapado. Ella era la que atraía su alimento, pero también la que lo mantenía preso.

La bestia era imponente, pero se veía que estaba atrapada, sin salida en aquel lugar, demasiado angosto para ella.

-¡Ahora debes decidir! – gritó Phil.

De pronto, Shark vio que una de las almas encerradas tras el largo cristal salía de él como atraída por una fuerza involuntaria. Era Ann.

-¡Elige! – volvió a gritar Phil - ¡Ella, el Tesoro del Pez Abisal o tú!

El espíritu de Ann se acercaba cada vez más a la boca del enorme Pez.
Shark intentó gritarle, pero era evidente que no podía oírle.

Su corazón latía a mil por hora, pero sopesó la situación detenidamente.

Podía sacrificarse, pero no aseguraba que aquello salvase también a su tripulación y a Ann. Podía correr y agarrar la esfera del Pez antes de que se tragase a la chica, pero entonces habría vendido a Ann y se odiaría a sí mismo por ello. Por último, podía dejar que Ann fuese devorada por el Pez Abisal, pero eso le convertiría en algo más parecido a un asesino.

No. Debía tomar una cuarta opción. En cualquiera de los casos anteriores, Phil podría regresar posteriormente y condenarles en aquel lugar de la misma manera que el Pez estuvo encerrado.
Aquel enano traidor y mentiroso…

Ann estaba descendiendo ya hacia las abiertas fauces del Señor de las Profundidades cuando una nueva luz se encendió en su cabeza. Sólo tenía una oportunidad.

Desenfundó su pistola, cargó una sola bala de plomo, apuntó y disparó…

-¡Elijo…! – la bala impactó en el bastón luminoso de la Sombra, el cual salió volando en dirección al estómago del Pez Abisal - ¡Tu muerte!

-¿¡QUEEEE?! – chilló Phil, lanzándose tras el bastón. Sin él, su poder de Sombra del Pez Abisal quedaría inutilizado. Sólo sería eso, una Sombra inmortal y desdichada.

Cuando se quiso dar cuenta de su error, ya era demasiado tarde. En cuanto el bastón entró en la garganta del Pez Abisal, éste cerró sus fauces, antes de que entrase el espíritu de Ann y dejando dentro de ellas la Sombra de Phil, que ahogó un último grito de desesperación y terror puros.

Una vez que la enorme bestia hubo tragado, su brillante esfera se desprendió de su cabeza y se hundió en el agua.
El Pez se sumergió a su vez y un gran temblor señaló que había conseguido huir de su prisión.

Shark corrió hacia el espíritu de Ann, que permanecía en suspensión sobre las aguas aún agitadas de la caverna. El temblor seguía creciendo, pero Shark necesitaba asegurarse de que había hecho lo correcto.

Extendió un brazo hacia Ann y… ella estiró el suyo hacia él.

En cuanto hicieron contacto, el espíritu de Ann fue recuperando la corporeidad hasta que, finalmente, cayó sobre los brazos del capitán pirata.

No podía creerlo. Lo había logrado. Había salvado a Ann y acabado con aquel maldito brujo. Era cierto y verdad. Allí estaba ella, entre sus brazos.

La caza recompensas acarició el rostro de Shark suavemente.

-¿Cómo has podido? – preguntó con un hilo de voz

-¿A qué te refieres?

-Has dejado perder un tesoro valor incalculable… lo has perdido por mi culpa.

Shark sonrió.

-¿De qué hablas? El único tesoro que quería recuperar está aquí, entre mis brazos. – dijo Shark sonriendo

Ann le respondió con otra débil sonrisa y, antes de caer exhausta, levantó la cabeza y le besó.

-Eso es un capitán… - susurró Ann mientras se sumía en un profundo sueño.

Shark, aún embobado con la chica entre sus brazos, se percató de que el nivel del agua empezaba a subir exageradamente. Ya le había llegado por la cintura.
Corrió como pudo en dirección al barco, atravesando el largo pasillo del cristal de las almas, que también empezaba a resquebrajarse. Decenas de almas se escurrían por las grietas y huían, sabe Dios dónde.

Cuando llegó al “Big White”, la tripulación ya estaba preparada para lo que fuera. En cuanto vieron a su capitán con Ann en brazos, gritaron de alegría. El agua seguía subiendo y Shark no podía subir por la escala con la chica inconsciente.

Con sumo cuidado, bajaron el bote salvavidas, donde Shark posó a Ann.
Entonces, un nuevo estruendo les alertó de que aquel lugar se venía abajo.

-¡Vamos! ¡Subidlo, deprisa! – gritó Shark.

Con toda la fuerza que fueron capaces, les subieron a la cubierta y en cuestión de segundos, ya estaban todos amarrados al palo mayor.

Cerraron los ojos y se prepararon para lo peor.

Con osadía, Shark mantuvo un ojo abierto hacia las profundidades de la caverna, desde donde pudo ver cómo una ola gigante se alzaba contra ellos.

Rezó a todos los dioses del mar para que saliesen de allí de la misma forma que habían entrado.

La ola impactó contra el casco del “Big White”.

El silencio volvió a ser el dueño del mundo.




*-*-*


La enorme figura del capitán Shark destacaba entre la gente del mercado de Puerto Abril.
Al capitán le encantaba pasear entre el gentío por la mañana. Siempre había algo interesante que ver, o algún producto exótico que regatear (o proceder a robar posteriormente si era necesario).

De pronto, un joven mensajero le pidió que se parase.

-Disculpe, Capitán Shark, tengo un mensaje para usted. – dijo el chico tendiéndole un sobre.

El pirata cogió el mensaje y dejo un par de reales de propina al mensajero.

<< Me encantan las pistolas con culata de madera barnizada >>  decía el mensaje.

¿Madera barnizada?

Shark se quedó unos segundos pensativo. Cayó enseguida en la cuenta.

-¡Mi pistola!- exclamó para si mismo mientras corría a toda prisa en dirección a su barco, el “Big White”.

Una vez allí, entro apresuradamente en su camarote. Estaba oscuro. El escritorio estaba intacto. Su sillón aterciopelado también. ¡Qué extraño!

Entonces reparó en el armario. Se encontraba entreabierto. Curioso. Él siempre cerraba con llave.

Se aproximó para mirar dentro y cuando fue a abrir, ¡algo salió de dentro! ¡y algo que le estaba apuntando a la cabeza con su propia pistola!

Por unos segundos, ya se veía criando malvas, pero al ver la mano de su agresor, no pudo evitar una sonrisilla.

-¡Qué perra eres!

La pistola dejó de encañonarle en la cabeza para apuntar a su entrepierna.

-¿Cómo dices? – preguntó Ann.

Shark alzó las manos y sonrió.

-¡Vale, vale! ¡Perdona!

La pirata levantó el arma y la apoyó sobre el escritorio.

-Eres TAN previsible, Alfred. – le dijo mientras le rascaba la perilla y le besaba en los labios. – Al fin te has rendido a mi, Capitán.

-¿Tengo que recordarte que fui yo quien te salvó la vida?

-No me lo recuerdes, anda. Toma. – le tendió un trozo de papel arrugado.

Shark lo examinó un rato. Era un mapa detallado de una isla lejana, en el Pacífico.

-¿Qué tiene de especial esta roca?

Ann se encogió de hombros.

-Nada especial, solo que en ella hay una gruta plagada de diamantes y los nativos de la isla no los valoran para nada. Debemos llegar a ella antes de que lo hagan otros y llenar la bodega con todas las piedras que podamos.

Ann miró fijamente a Shark.

-¿Qué te parece la idea?

Shark sonrió enseñando los dientes cual tiburón.

-Excitante. –Se acercó más Ann- ¿Era eso lo que querías oír?

Ann se mordió el labio.

-Eres muy previsible, Anne Lynch – dijo Shark sonriendo y saliendo a cubierta dispuesto a dar ordenes inmediatas.

Ann se quedó perpleja.

Definitivamente, aquél era su hombre.