7 may 2011

Elvetris y Demonios


Tras conocer el origen de Eldia, tiene todo el sentido que os presente a sus primeros habitantes.

Los Elvetris, hijos de la Luz y los Demonios, hijos de la Oscuridad.



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Según la leyenda, el choque de las Dos Espadas dividió el mundo en dos: Eldia y Kerulia, y lo mismo pasó con los pueblos: En Eldia se quedaron los Elvetris y en Kerulia los Demonios.

Ambos pueblos se encontraban solos y desamparados en sus respectivos mundos. Necesitaban una razón de ser, algo que buscar para que sus vidas tuviesen sentido.

Recibieron entonces el mensaje de los Dioses, que les hablaban desde lo alto.

Los Dioses eran parte de la esencia de los Creadores. Pero estos dioses, a diferencia de los Creadores, exigían ofrendas a cambio de sus acciones divinas, y así surgieron distintos nombres de dioses y divinidades, cada uno con sus afinidades y personalidades.

Fueron los Elvetris los primeros en investigar las fuerzas del Mundo y hallaron el Maná, una emanación de origen desconocido, pero que se encontraba en todas partes.
Aprendieron a manejarlo, a moldearlo y adaptaron sus vidas al maná. Desde entonces, el aprovechamiento del maná se llamaría Magia.

Construyeron grandes ciudades, hicieron crecer vastos bosques y pastizales. Amansaron a las bestias del campo y obtuvieron el conocimiento de los Elementos.

Los Demonios también obtuvieron el conocimiento de la magia. A pesar de su tendencia al caos, se dividieron en razas según el empleo que le diesen a la magia: unos para ser más fuertes, otros más inteligentes, otros más maliciosos, otros más grandes etc.

Lo que descubrieron también los Demonios y desconocían los Elvetris, fue el alimentarse directamente del maná. La magia entonces se hacía más poderosa en ellos y podían fortalecerse aún más, llegando a burlar incluso a la muerte, todo, para convertir el mundo que se les había dado en un lugar acorde a sus ideales, empujados por el Caos.

Pero aquello les convirtió en adictos a la magia.

Llegó un momento en el que el maná comenzó a escasear en Kerulia. Estuvieron en un punto de desesperación, en el que comenzaron a luchar entre ellos, llegando a producirse una encarnizada guerra.

Entonces, los sabios y más ancianos Demonios, imploraron a sus dioses por una solución.
En el plano celestial, todos los dioses se congregaron para buscar un remedio a la sed de magia de los demonios. El único modo de recompensar sus ofrendas era llevarlos a Eldia, pues Kerulia se había convertido en un mundo muerto y estéril.

Así, guiados por la sentencia divina, los Demonios erigieron un Portal Dimensional, construido con las últimas reservas de magia de Kerulia, para llevarlos hasta Eldia, un mundo en el que la magia se reciclaba constantemente, y donde podrían expandir su imperio del caos.

Por entonces, los Elvetris sólo empleaban la magia para hacer el bien y preservar la creación. Además, ya habían olvidado a sus Némesis, los Demonios, por lo que, cuando vieron, asombrados, que en mitad de la nada se abría un Portal que traía cientos de miles de seres desconocidos destruyéndolo todo a su paso, no supieron bien cómo actuar. No conocían la guerra, aunque sí sabían lo que era el mal y por lo tanto, los Demonios debían ser erradicados.

De entre los más sabios y poderosos Elvetris, surgieron los Elementalistas, auténticos catalizadores de la magia capaces de convertir el aire en fuego y la tierra en mar.
Ellos se encargarían de rechazar a los Demonios para devolverles a su mundo.

Otros sabios se encargaron de elevar plegarias a la Luz de sus Dioses, así como de transmitir al pueblo los mensajes que éstos les transmitían.

Por último, otros Elvetris, más versados en el conocimiento de la fuerza física y el acero, forjaron espadas y flechas imbuidas con Magia y Luz verdaderas.

Magia, Fuerza y Devoción.

Ése fue el lema de los Elvetris desde aquel momento. Las Causas, decían.

Evidentemente, los Demonios no estaban por la labor de regresar, así que comenzó una encarnizada lucha a lo largo y ancho de Eldia. En todos los rincones del mundo la guerra mágica cambió radicalmente las vidas de sus habitantes.


Los continentes se rasgaron, dejando paso a la furia de las aguas y al calor del fuego interno.  
Los cielos se ocultaron tras nubes de ceniza y tormenta, dejando a oscuras la tierra.
La tierra se congeló y derritió en cuestión de días, según avanzasen las contiendas, así ocurría un efecto diferente.

Algunos Elvetris sólo querían huir, no deseaban usar la magia con fines violentos, pero los Demonios poseían un olfato especial para la magia y detectaban cualquier chispa mágica incluso a kilómetros. Además, la mayoría de los Elvetris no sabía sobrevivir sin usar la magia, lo que hacía muy difícil el ocultarse.




Mientras ambos pueblos luchaban encarnizadamente, el Emperador de los Elvetris, cuyo nombre se ha perdido en la memoria de los tiempos (o borrado a propósito, quién puede saberlo), citó a los siete Patriarcas de su pueblo en una reunión secreta.

Los Dioses le habían revelado en sueños que el mundo estaba al borde del colapso. Si no encontraban un remedio a la sed de magia de los Demonios, su mundo quedaría igual de destruido que Kerulia y ninguno de los dos bandos sobreviviría.

El plan del Emperador era que todos cogiesen a sus familias y se escondiesen en los lugares más remotos del mundo. Él, como elegido de la Luz para gobernar a su pueblo, tenía poderes inimaginables a su alcance, y con la ayuda de los Sumos Sacerdotes, los Maestros de Armas y los Archimagos del Imperio, obligarían a los Demonios a volver a su mundo haciendo que la magia fuese mortal sólo para ellos.

Esto supondría asumir el riesgo de que también la magia se convirtiese en veneno para los Elvetris, por lo que tendrían que sobrevivir sin magia durante el tiempo que hiciese falta.

Algunos de los Patriarcas no estaban de acuerdo con la idea del Emperador, pero éste se mantuvo firme en su decisión. No había vuelta atrás. Si los Demonios no eran expulsados de Eldia, todos perecerían.

Así pues, las siete familias de los Patriarcas se refugiaron en los lugares más recónditos del mundo, a la espera de que el conjuro del Emperador surtiese efecto.


Desde la torre más alta del palacio imperial, el Emperador, rodeado por tres representantes de cada Causa (Magia, Fuerza y Devoción), realizó la conversión de la Magia.

Cuentan que el cielo se rasgó y los mares crecieron, anegando la gran totalidad de los continentes que existían.

Se dice que la legendaria ciudad de Ys, erigida con magia en mitad de la desembocadura de un río, y refugio de una de las grandes familias patriarcales, fue la primera en ser sumida bajo las grandes olas.

También se dice que los torreones de Uraten se convirtieron en montañas, atrapando a miles de Elvetris en su interior.

Por último, se cuenta que los míticos bosques de Silverdan crecieron salvajemente, impidiendo que nada ni nadie entrase ni saliese de ellos.

De esta manera, hasta cuatro familias patriarcales sobrevivieron al cataclismo, pues quedaron ocultas a ojos de los Demonios.

De las restantes, una se perdió entre la niebla del desde entonces llamado Mar de la Bruma. Se dirigían hacia el oeste, pero nadie supo nunca nada más de ellos.
Otra desembarcó en un auténtico mar de arena, que desde entonces se llamó Desierto.
De la última familia no quedó ningún rastro. Ninguna pista de su paradero.
En efecto, el hechizo del Emperador había afectado severamente a su mundo, pero los Demonios no hallaron más Elvetris para alimentarse de su magia. Tampoco podían extraerla del ambiente, pues ahora la magia se concentró en lugares concretos del mundo, muy apartados entre ellos y los cuales juraron proteger el Emperador y los representantes de las Causas.

El Emperador había triunfado.

Con el tiempo, los Demonios perdieron su poder y, o bien fueron muriendo, o acabaron por regresar a Kerulia. Para esto tuvieron que pasar quinientos años.

Tras su marcha, los escasos Elementalistas que quedaban vivos, cerraron el Portal y sellaron todo el continente en el que éste se encontraba para que nadie cayese en la tentación de traerlos en un futuro.
Aquel continente quedó bautizado como Aganibor, la tierra del tiempo perdido, pues quedaría estancada en el tiempo, sin posibilidad de que ni futuro ni presente pudiesen adentrarse en ella.

El mundo quedó a salvo. Pero a un alto precio. El Imperio había sido desmembrado. La Magia ya no era tan accesible a todos.

Los Elvetris, seres cuyas venas bullen de magia por naturaleza, comenzaron a perder su poder con cada generación que nacía.

Pasados mil años desde que el Emperador y los guardianes de las Causas desapareciesen, la raza de los Elvetris se había extinguido.

Los nuevos seres que entonces existían pasaron a autodenominarse Humes, humanos. Es decir, sólo carne sin magia.
Algunos humanos poseían aún el don de la magia desde su nacimiento, pero eran pocos, y sólo podían acceder a uno o dos elementos de la magia como mucho. Por eso los Elementalistas también desaparecieron, y su nombre pasó a ser simplemente: Magos.

Los humanos se expandieron con rapidez por todos los lugares del mundo conocido. Se asentaron en estepas, montañas, ríos y costas.
Con los años descubrieron que otras razas también poblaban el mismo mundo que ellos.

Aquellos Elvetris que se encerraron en el bosque se habían convertido en Elfos, cuyo nombre significaba literalmente, Elvetri del bosque.
Enseñaron a los humanos la Devoción  de la Luz que habían logrado preservar en su largo encierro vegetal.

También, desde las más altas cumbres y profundas cavernas del norte, aparecieron los Enanos. La vida en la oscuridad y en la estrechez del interior de la tierra había achatado sus cuerpos y el frío de las montañas les hizo crecer largas cabelleras y barbas.
Éstos compartieron con los humanos todos los conocimientos de Fuerza que habían logrado ocultar bajo tierra.



Por último, tanto en ríos como en costas, los seres llamados Acuáticos (su auténtico nombre resultaría imposible de transcribir en nuestra lengua) demostraron ser los Elvetris que habían quedado sepultados bajo las aguas en la ciudad de Ys, que ahora era también la capital de su reino. Sus cuerpos habían cambiado a imitación de los animales y criaturas del mar. Parecían peces, pero también podían caminar en tierra.
Los Acuáticos habían logrado preservar grandes conocimientos de Magia, que no dudaron en compartir con todas las otras razas.


Así, el mundo quedaba salvado. El continente en el que la vida de aquellos que en su día fueron Elvetris, fue repartido y compartido por sus descendientes. Éste continente, con el tiempo, se llamaría Gasalia, cuyo significado se pierde en la noche de los días.

Pero, ¿qué había pasado con el Emperador y los guardianes de las Causas?
¿Habían desaparecido de verdad?

Para ellos el destino no les fue tan propicio.
Ellos, que habían trastornado la composición misma que los Dioses habían creado, fueron castigados por su acción temeraria.
Evidentemente, el Emperador no había recibido aquella idea por parte de los Dioses. Había sido otra cosa. Algo que habitaba desde tiempos inmemoriales. Algo que había  pasado inadvertido a todos los Entes.

El Mal.

No había sombra en él. Ni tampoco luz. Él era contrario a todo aquello. El Mal era superior a ello.

El Mal sobrevivía por sí mismo.

El Mal se adueñó de los cuerpos del Emperador y aquellos que le siguieron.
Les convirtió en algo superior a lo que la Vida y la Muerte podían hacer con ellos. Diferentes a la Luz o a la Oscuridad.

Eran los Malditos.

Pero aún no había llegado su hora. Con tiempo. Paciencia. El Mal se expandiría por ellos lenta y tranquilamente por Gasalia, y así, llegado el momento, los Malditos actuarían. 



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Éste sería el gran reto que Humanos, Elfos, Enanos y Acuáticos tendrían que superar a lo largo de las eras. Tanto con ayuda de la Luz, como de la Oscuridad. Pues el Mal, como os mostraré en otras futuras Leyendas de Gasalia, no haría distinción entre los bandos. Pero eso, como os digo, es otra historia.